12 junio 2019
por Madrid Nuevo Norte
Madrid es actualmente uno de los centros de arte contemporáneo más relevantes del país. Sin embargo, a principios del siglo XX, este conjunto estaba destinado a una actividad bien distinta, ya que fue un importantísimo punto de abastecimiento de la ciudad y centro estratégico comercial, como Matadero y Mercado Municipal de Ganados de Madrid.
Hoy en día es un recinto lleno de energía y dedicado a la cultura, gracias a una importante actuación de regeneración urbana, en el contexto de Madrid Río, que ha devuelto a la vida a una zona durante mucho tiempo abandonada. Un espacio abierto, donde visitantes de todas partes acuden para disfrutar con una gran variedad de formas de expresión y las últimas tendencias en arte y diseño. El proyecto se presentó al público en 2006 a iniciativa del Ayuntamiento de Madrid, con el propósito de recuperar sus edificios para “promover la investigación, la producción, la formación y la difusión de la creación y el pensamiento contemporáneo en todas sus manifestaciones”, tal y como señalan desde la propia institución.
Este nuevo modelo de laboratorio de experimentación cultural fomenta el desarrollo de distintas áreas creativas como las artes visuales, la literatura y lectura, el pensamiento, la música y el arte sonoro, el cine, el diseño, la moda, la arquitectura, el urbanismo y el paisajismo. Es sede, además, de entidades como Intermediae, Naves Matadero, Oficina de Coordinación y Cineteca. También cuenta con instalaciones al aire libre donde se celebran festivales temáticos y se ofrecen distintas propuestas gastronómicas.
Si retrocedemos en el tiempo, la foto era bien distinta. El matadero se había emplazado en la dehesa de la Arganzuela junto al Manzanares, por estar entonces a las afueras de la ciudad y por la conveniencia para sus actividades industriales de la proximidad al río.
La construcción del Matadero se inició en 1908 y la ejecución del proyecto se prolongó hasta 1928, y en esos años se fueron incorporando y construyendo un total de 48 edificios.
Luis Bellido fue el arquitecto designado para llevar a cabo este proyecto, por encargo del Ayuntamiento. Aunque Bellido escogió el estilo neomudéjar, basado en las construcciones de los antiguos alarifes hispanoárabes, el arquitecto Arturo Franco destaca que Bellido sí había aprendido de los grandes arquitectos de vanguardia de su época «que las construcciones estuvieran bien resueltas desde el punto de vista técnico y urbanístico». Las naves del matadero, que se inauguró en 1924, «eran edificios bien construidos y respondían a las necesidades funcionales», enfatiza el arquitecto.
Lo que encerraban sus muros era casi una ciudad industrial. A lo largo de sus más de 165.000 metros cuadrados de extensión, el matadero municipal cumplía múltiples funciones, comenzando por la propia dirección y administración del complejo. En él se firmaban los contratos de compraventa y se movía la actividad comercial, así como una necesaria sección sanitaria, cocheras, cuadras, e incluso servicio ferroviario.
Durante la década de 1970, las instalaciones comenzaron a quedar anticuadas y pasó a convertirse en un conjunto obsoleto e incapaz de atender a la población de la ciudad, cada vez más numerosa. Sus naves cayeron poco a poco en desuso hasta que, en 1996, se clausuró definitivamente el espacio dedicado a matadero.
Un año después, fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC), reconociendo la singularidad de su arquitectura neomudéjar y la importancia histórica para la ciudad de su actividad pasada. Fue entonces cuando empezaron a desarrollarse propuestas para recuperar del abandono algunas de las naves del complejo y ofrecer nuevos usos de carácter cultural. Pero el proyecto para recuperar este recinto y dedicarlo al arte contemporáneo comienza en 2005, cuando se aprueba un plan especial para la reconversión del recinto del antiguo matadero en un nuevo espacio para la cultura. Comenzaba así un laborioso proceso de adecuación arquitectónica.
En dicho proyecto participó un importante número de arquitectos, y se realizaron espacios tan singulares como la restauración y consolidación estructural del depósito elevado del acceso Legazpi, que se convirtió en escenario de un jardín que guarde la memoria de las especies vegetales que habitan en el entorno de Matadero, y sirva de “archivo vegetal” del lugar, o la Cineteca, obra de Jose María Churtichaga, que destaca por el original uso de mangueras industriales de goma trenzadas para definir los espacios, lo que da al conjunto el aspecto de una gigantesca cesta de mimbre iluminada por fibras led.
Otro de los espacios más destacados es el Taller, en la nave 8b, en el cual Arturo Franco reaprovechó antiguas tejas de cerámica planas, que habías sido desechadas, para forrar el interior de la nave y crear tabiques y separaciones para los nuevos espacios, aunando la memoria del edificio con la experimentación. Y es que, para este arquitecto, “experimentación, vanguardia, procesos, producción in situ” fueron los conceptos clave con los que trabajaron todos los equipos de arquitectos participantes en el conjunto de Matadero.